Todo comenzó en 1906. Mateu Serra i Capell era repartidor de carbón y acabó estableciéndose por su cuenta como panadero. El día de Sant Jaume abrió las puertas de su horno de pan el número 546 de la Gran Vía de Barcelona. En ese mismo local todavía siguen hoy su nieto, Antoni Escribà i Serra, y sus bisnietos.
El horno de la Gran Vía no tardó en convertirse en la mejor panadería del Barrio. Su fachada y su interior modernista eran la admiración del vecindario. Tanto, como los pastissets de Tortosa que elaboraba su mujer, Josefina Gala i Bosch. De los cincos hijos que tuvieron, Josefa se casó en 1927 con un joven Procedente de Bellpuig. Antoni Escribà i Casas, que había aprendido el oficio de confitero y trabajaba en la panadería familiar. Al estallar la Guerra Civil, la panadería fue colectivizada y pasó a manos de los empleados. Éstos, que mantenían una buena relación con la familia, permitieron a la joven pareja seguir viviendo en la trastienda. Incluso hacían la vista gorda para que la mujer vendiera las frutas y verduras. El mismo día que las tropas franquistas entraron en Barcelona, Josefa recuperó la propiedad de la panadería. No tardo ni 24 horas en volver a vender su pan. Mantuvo a todos los empleados en sus puestos. La pareja tuvo cuatro hijos. El segundo, Antonio, les salió artista. Iba para escultor. Un Manitas con mucha imaginación. Lo matricularon en la Llotja y allí se disciplinó sus dotes para el dibujo y el arte de modelar. A sus padres les hubiera gustado que continuara estudiando. Pero las circunstancias le obligaron a dejar las aulas y se puso frente del horno. Nunca pudo esconder su vena artística. Por las Mañanas hacía el pan de cada día, pero dedicaba todo su tiempo libre a inventar. Descubrió el chocolate y se enamoró. Con papeles, moldes y paciencia empezó a hacer figuras de chocolate. Acababa de nacer un nuevo concepto de "mona", la tradicional tarta catalana de lunes de pascua. No tardó en encontrar la fórmula para elaborarlas en cadena y demostrar que el arte en chocolate también podía ser un producto comercial. La noticia corrió como la pólvora. Barcelona se quedó pequeña. Necesitaba aprender más. Hizo las maletas y viajo a París. Allí conoció a la mujer de su vida Jocelyne Tholoniat, hija del que entonces era considerado el mejor pastelero francés, Ëtienne Tholoniat. Ya no paró. Libros, clases magistrales y conferencias se sucedieron por todo el mundo. Había nacido el mago del chocolate. La Pareja regresa a Barcelona y toma riendas de la Pastelería de la Gran de Vía. Mientras Antonio Escribà se sumerge en el mar del chocolate sacando a flote sus espectaculares pasteles, Jocelyn se convierte en el repunto del perfeccionismo y la calidad que todo artista necesita tener a su lado. Como no podía ser de otra manera, sus tres hijos - Christian, Joan y Jordi - deciden ser pasteleros. Estudian en París, Ginebra y Viena y se unen al negocio familiar. En 1986 se abre una nueva pastelería en la Rambla, número 83, que dirige con pasión desde el primer día la mujer de Christian, Eva Mora. El negocio se amplía. Ya no se trata sólo de hacer pasteles. En plenas Olimpiadas inauguran el Xiringuito, en la playa de Bogatell de Barcelona, que dirige Joan Escribà. Aquí nacen las mágicas paellas con sabor a mar. Hay trabajo para todos. Jordi Escribà ha conseguido aplicar las últimas tendencias en informática al mundo de la creación de pasteles y Christian Escribà consigue que cualquier deseo se pueda convertir en un pastel.
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